martes, 7 de abril de 2009

DIA MUNDIAL DE LA SALUD

El 7 de abril el mundo celebra el Día Mundial de la Salud. Este día, en todos los rincones del planeta, cientos de eventos conmemoran la importancia de la salud para una vida productiva y feliz. Reducir la mortalidad infantil, mejorar la salud materna, y combatir el VIH/SIDA, el paludismo y otras enfermedades son algunos de los Objetivos de Desarrollo de la ONU para el Milenio que todos los Estados Miembros de la ONU se han comprometido a cumplir para el año 2015.

Precisamente, en el día mundial de la salud, vaya mi homenaje con esta HISTORIA DE BARRIO de Lucas Dalfino.



HISTORIAS DE BARRIO



Tribulaciones de doña Eduviges


Doña Eduviges Elizabide era, por lejos, y por prepotencia verbal, la matrona de más peso en el barrio y, tal vez, sólo su comadre doña Florencia Velarde, “la finuda esa”, como la llamaba, habría sido capaz de hacerle sombra en el gramaje.
La lengua de doña Eduviges era temida y respetada por todos, y ese perfil de su personalidad tuvo su epígono en la pluma del bardo Mirífico Rosales (adversario del vate Oscar Acuña) que, en exacta cuarteta, afirmaba que era un desatino confiarle algo a la doña principal de la cuadra, porque:

En menos que canta un gallo
tendrá amplia difusión,
no solamente en el barrio
sino en toda la región.

Doña Eduviges estaba orgullosa de su hijas – Esperanza, Doralba, Lola y Otilia – ; pero más lo estaba de su hijo varón, el Robustiano, del que se pavoneaba que “estudia medicina en Tucumán”. Y añadía, como al descuido: - El Robi está acostumbrado a lo mejor. En casa de mi hermana Gertrudes, en la que está parando, lo sirven como a un gentilhombre, que lo es. Cuando se reciba, que ya falta poco, vendrá a ejercer aquí. Mi ñaña, pese a toda su plata y a su abolengo, que también es el mío, no tuvo hijos. Y lo quiere al Robi como si fuese suyo.
Y sucedió que esa joya un día anunció que venía a Salta de vacaciones, después de cinco años. Doña Eduviges puso a sus hijas y a las dos mochas que la servían, a dejar en condiciones la casa (“que no se note una pelusa”), hizo pintar el comedor y el living, y mejoró los sanitarios. – Es que mi Robi es muy delicado..!, justificó el gasto y el esfuerzo. Y el Robustiano llegó. Se había ido a estudiar hace seis años; regresó solamente el primer verano. Después, únicamente cartas a la mamita. La tía Gertrudes también escribía anoticiando los adelantos del universitario. – Está bien cuidado, y lo tengo cortito, aunque no hace falta porque tu hijo es una monada: serio, responsable, todo el día dedicado a los libros, es muy casero, decía.
Doña Eduviges lo recibió con una fiesta a la que invitó a lo más granado del barrio. Alto, bien plantado, pura sonrisa y simpático, el Robustiano se anotó un poroto con las amigas de sus hermanas. Y doña Florencia, cuando el cuasi médico le besó la mano, se deshizo en elogios. Sólo el vate Acuña y el maestro Delmiro lo miraron con sospecha: esas tremendas ojeras que intentaba disimular con anteojos oscuros, que usaba hasta de noche, ¿se las había conseguido estudiando? ¿Por qué no hablaba nunca de su carrera y evitaba cualquier conversación sobre ella?
El Robi dormía hasta la hora del almuerzo. Después una buena siesta, ducha, empilche y a la calle. Hasta la madrugada. Así todos los días. Doña Eduviges trataba de justificarlo: -El chico se está tomando un desquite de los años que pasó quemándose las pestañas. Son canitas al aire bien ganadas. Ya volverá a la normalidad. ¡Qué quieren!
Hasta que un día de abril de 1956 el barrio se enteró por el diario que “en la víspera fue clausurado el bar y boite “La Granjita”, que funcionaba en Aniceto La Torre 244. En el procedimiento policial se secuestraron armas y drogas, y fueron detenidas varias mujeres que ejercían allí la prostitución, y dos de sus rufianes, Laureano Rojas Rubio, chileno, (a) Pincho, y Robustiano Elizabide, (a) Querubín. Este último regenteaba en Tucumán, con una pariente suya, Gertrudes E. de Fernández, un negocio de las mismas características que el clausurado en esta ciudad”.
Doña Eduviges casi se muere del disgusto y la vergüenza. Dos meses permaneció en cama, quisquida y delirando. Pero el barrio la absolvió de culpa y cargo, aunque con una reconvención: - Eso le ocurrió por palanganear con la parentela.
Sólo el maestro Delmiro y el vate Acuña la gozaron: -Mirá vos, ¡debute le había salido el querubín a la comadre!

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