lunes, 2 de marzo de 2009

HISTORIAS DE BARRIO

-Caricatura del Dr. Gustavo Cuchi Leguizamón-

LA GRACIA DE LOS EPITAFIOS
La Salta aldeana (y no hablo de hace muchos años) era, en verdad, un barrio grande. El barrio del Bajo y el Barrio del Alto sólo eran pretenciosas referencias geográficas. Los changos denominábamos “barrio” a la cuadra en que estaba nuestra casa. O a la manzana. Pero lo cierto es que toda la ciudad, o la aldea, como queráis, era “el barrio”, el barrio de todos los salteños.
Y esta aldea-barrio, o viceversa, poseía una característica especial: era fecunda en adoradores de la luna, esos seres que el vulgo conoce como poetas, vates o bardos. Y entre ellos abundaban los que se inclinaban por la sátira, esa distinguida señora ducha en censurar o poner en ridículo a personas o cosas.
Y estos poetas satíricos (desde don Nicolás López Isasmendi en adelante) tenían preferencia por los epitafios, notorio rasgo de nuestra herencia española. Lo notable era que los epitafios estaban escritos para ciudadanos que gozaban de buena salud, circunstancia que aumentaba hasta el infinito la gracia de los envíos. Don Nicolás, para empezar, nos legó estas joyitas, entre otras:
Debajo de este aguapey
de flores y frutos lleno,
yace Conrado Serrey,
alias Capitán Veneno.
O ésta no menos simpática:
Usó en vida cuellos Mey
lo menos treinta veranos,
y hoy al peso de los granos
ha doblado la cerviz,
al lado de Enrique Clix,
terror de los escribanos.
El querido vate don Julio Díaz Villalba dedicó a sus amigos y conocidos algunos epitafios antológicos.
A Horacio Santa Cruz, apodado “Cayote”, le dedicó esta inscripción mortuoria:
Horacio yaces sin luz,
tendido como un lingote.
Te cayó la Santa Cruz,
a la Santa Cruz cayote.
Para don Antenor Saravia, que nunca había trabajado (ni jamás lo hizo), escribió el siguiente rótulo:
En esta tumba tan fría
-¡ Qué irónico desenlace! -
Antenor, que nada hacía,
resulta que ahora “yace”.
Luis Quiroz era rengo. Y don Julio le donó este epitafio:
En esta tumba barata
yace el rengo Luis Quiroz,
que un día estiró la pata:
no pudo estirar las dos.
Y escribió éste para un viejito verde que tenía lógicas dificultades para ejercer su fama:
El viejo que aquí murió
buscaba un afrodisíaco,
pero el paro que logró
fue sólo un paro cardíaco.
El vate Julio Díaz Villaba no pudo con su genio y se dedicó esta inscripción:
¿Qué ocurrirá si en la muda
fría tumba me veis yerto?
Os sacaré de la duda:
ocurrirá que me he muerto.
Había un tal “Mandinga” no sé cuánto, que caía parado en todos los gobiernos, del signo político que fueran. Manuel J. Castilla le dedicó este epitafio:
De costao yace “Mandinga”,
e incómodo debe estar:
tan sólo después de muerto
no se pudo acomodar.
Y el Cuchi Leguizamón, para no ser menos, escribió el que sigue para un acartonado caballero de nuestra sociedad:
Yace aquí un opa solemne,
doble primo de su hermano.
En vida fue filatélico,
boy scout y rotariano.
Colmando su estupidez
murió joven, rico y sano.
Arturo Dávalos, espíritu juguetón y generoso, es el autor de este epitafio ejemplar:
Yace aquí un agricultor
que aró gran parte del mapa
montado sobre un tractor...
¡Y dejó una viuda papa!
César Fermín Perdiguero consiguió este epitafio en el cementerio de Cerrillos:
En este lugar sagrado
yace un esposo gallina
que llevó una vida indigna
porque su media naranja
fue una buena mandarina.
En nuestros días el asunto no decae. Al talentoso poeta Ramón Jesús Vera los maledicentes le atribuyen escaso apego a la higiene. Y así Carlos Hugo Aparicio le dedicó este epitafio:
Si se muere Ramón Vera
un miércoles de ceniza,
dejenló sobre la acera.
¡Que lo recoja Malisa!
Y LuisAndolfi, basado en un sueño que tuvo Verita, y que éste inocentemente le contó, construyó esta maldad:
Bañado en su propia sangre
yace Vera apuñaleado...
¡Será otro, porque Vera
ni difunto está bañado!
Y así fue, y así es el barrio. Y qué razón tenía López Isasmendi:
La vida es rápida
cual piuma al vento:
dura un momento, y cae la lápida.
Por Lucas Dalfino
Semanario Redacción
Salta, Argentina, agosto de 2006

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