viernes, 15 de mayo de 2009

HISTORIAS DE BARRIO

El más joven de los centenarios

Dos barrios había que se sacaban chispas: el 17 de Octubre y el de Los Gauchos de Pueyrredón. Tenían una frontera común: la calle Alsina, desde el tagarete, por entonces descubierto, de la Virrey Toledo, hasta, digamos la Zuviría. El 17 de Octubre de extendía hacia el Sur, hasta Leguizamón. Y el de Los Gauchos de Pueyrredón hacia el Norte, hasta, más o menos, la 12 de Octubre. Y hacia el oeste su límite era el mismo que el de su vecino: la Zuviría.
La zona ubicada al Este del tagarete, incluido el cerro 20 de Febrero, era territorio compartido.
Los muchachos del 17 de Octubre, además de jugar al fútbol en el equipo barrial (casacas verdes con visos blancos) lo hacían en Gimnasia y Tiro, mientras que los de Gauchos (camiseta de Chacarita Juniors), eran jugadores de Argentinos del Norte y de Libertad. Había excepciones, como el negro Cleto Ríos, de 17, que era insái del club que tenía como principal animador a Polito Rojinegro.
Más allá de esa rivalidad futbolera, los changos de uno y otro barrio eran amigos y compañeros de aventuras y otras yerbas.
En la faz en que se competía en serio era en la, llamémosla así, “institucional”. Por ejemplo, el barrio 17 de Octubre se enorgullecía de tener un Club de Pesca, mientras que los vecinos de Los Gauchos de Pueyrredón se jactaban de poseer un Ateneo Cultural y Literario. Cosas así.
Y también estaban los personajes. En lo deportivo Los Gauchos se sentían aventajados porque si bien lo tenían a Tolombino, cuya potente patada rompía travesaños y desparramaba barreras y arqueros, y al Ceto Flores, ganador por puntos de Pascual Pérez, futuro campeón olímpico, el 17 de Octubre contaba con una gloria sin parangón: don Juan Manuel Juárez, el famoso “Negro ´el agua” (nada que ver con el Gitano de igual apellido), insái exquisito que brilló en canchas rosarinas, jugando para “la lepra”, y a Amadeo Dal Borgo, atleta completo.
Hasta que un hecho fortuito vino a inclinar la balanza a favor de Los Gauchos.
Un vecino del barrio, don Agustín Serapio Portales, enfermó y, como correspondía fue a consultarla a doña Anselma, la benemérita curandera del pasaje La Tablada, que le diagnosticó “empacho”. -¡¿Empacho yo?! ¿De qué? Si agata como salteado, protestó don Agustín Serapio. El asunto fue que doña Anselma le ofreció prepararle un brebaje para curarlo, y le preguntó: -¿Pá´qué edad sería, don Agustín?
Y el paciente respondió: Hagameló pa´más de cien!
Por supuesto que doña Anselma corrió la voz que en el barrio vivía un “centenario y pico”, y que era don Portales.
La noticia fue recibida con aplausos y vivas por los miembros del Ateneo que ahí no más dispusieron homenajear al longevo vecino, que era un morocho subido, vago y sin oficio conocido, además de pícaro y mala vuelta. Vivía de lo que “conseguía”, y de hacer changas que no le demandaran mucho esfuerzo.
Organizaron un acto pomposo, y decidieron premiar al “centenario” con un mes de viandas gratis, y “algo de efectivo”. También le compraron ropa nueva. Y para el acto central en el que se iba a declarar a don Agustín Serapio “Centenario honorable del barrio Los Gauchos de Pueyrredón”, invitaron al Intendente Municipal, que comprometió su presencia.
Y llegó el día tan esperado. El salón del Ateneo esplendía. El Intendente adujo “compromisos insoslayables”, y envió a su secretario privado, un jovencito relamido y presumido. La ex señorita Josefina tuvo a su cargo la presentación “de nuestro amigo centenario, nuestro orgullo y demostración viviente de los sanos aires vitales y morales de este barrio”. Y bla, bla. Doña Eduviges Elizabide comentó al oído de su comadre doña Florencia Velarde: -Con esto los sepultamos a los del 17!
El representante del Intendente invitó a pasar al frente a don Agustín Serapio y, mientras sacaba de su estuche la medalla con la que lo distinguirían, le preguntó: -¿Así que usted tiene más de 100 años, señor? ¡Una vida ejemplar la suya!
Y don Portales, incómodo como siempre, le aclaró: No, yo tengo 68. Me dieron 100 por una broma que le hice a doña Anselma… Y como me llenaron de regalos, dejé que lo creyeran…
Lucas Dalfino
Semanario Redacción

No hay comentarios: