lunes, 30 de marzo de 2009

HISTORIAS DE BARRIO

Todavía la sigo criando a la nena

El vate Oscar Acuña se había despedido temprano de sus amigos: - “Me voy a una reunión familiar. Hoy llegó mi tío Normando y trajo a su nueva esposa. Habrá una cena. Chau; mañana les cuento, explicó.
El maestro Delmiro exigió detalles: - ¿El tío ese que vive en Buenos Aires? ¿El que le ganó al gigante Camacho? ¡Qué cacho de loco! ¿Ese?
Mientras se alejaba, el vate respondió: - Sí, ese. Mañana nos vemos.
Y al otro día se encontraron en El Ateneo. Mientras las chicas cebaban mate y un par de dedos de grapa porque estaba frío, el Colorado Martínez urgió: - Che, vate, contanos cómo estuvo la comida anoche.
Y el vate, inopinadamente, comenzó a reírse, primero bajito y después a carcajadas. - Miren, dijo cuando se le fue la risa, fue una joda. Cuando llegué, mis otros tíos, mi mamá y mi abuela, estaban como hipnotizados, y sólo tenían ojos para la mujer del loco Normando. Pero, vamos por parte, de lo contrario no entenderán nada.
El vate sorbió un yerbeado y se mando al buche una copita de grapa, para entonarse y, luego de sofocar un nuevo ataque de risa, continuó su relato.
-¡Dale, dale!, pidieron sus amigos.
Y el vate habló: - Ustedes saben, porque les conté, que mi tío Normando es una especie de mancha en la familia (una familia, dicho sea de paso, con máculas variadas y diversas). Cuando nosotros éramos chicos, el tío nos asombraba trepándose hasta lo alto del zaguán de mi casa, usando solamente las piernas, con las manos en la espalda. Después vino esa pelea con el gigante Camacho, un boliviano de dos metros y medio, en el Luna Park de la Necochea. Ganó por abandono. Fue cazador de monos en el Chaco, domador de arañas pollito en el circo de los Hermanos Parra, contrabandista, curandero, astrólogo, etcétera.
El vate hizo una pausa para un nuevo mate y para otra grapita. - El asunto es que un día decidió irse a Buenos Aires a trabajar. Supimos que era estibador en el puerto. Después de cinco o seis años regresó. Volvió acompañado por una mujer, mayor que él, y por una chiquilina, hija de una relación anterior de aquella. La nena, de unos nueve años, más que porteñita parecía de la Puna. Era tímida y se escondía detrás de las puertas, y respondía con monosílabos a las preguntas.
Doralba Elizabide, aunque interesada en lo que contaba su novio, lo apuró. - Bueno, le dijo, ¿pero que sucedió anoche en la cena? ¿Cómo es la nueva esposa de tu tío?
El vate se tomó su tiempo, y aprovechó la interrupción para la tercera grapa. - ¡Calma, radicales, parodió a los de la boina blanca. Calma que ya vendrá lo mejor. Paciencia. Ya saben que con paciencia y saliva un elefante….
Acabó de beber la grapita, se aclaró la voz, y continuó. - La cosa fue, dijo, que mi tío Normando, su mujer, su concubina, mejor, y la pendeja volvieron a Buenos Aires. Y así transcurrieron un montón de años, hasta que ayer retornó acompañado por su nueva pareja. Y si en verdad tienen tanto interés en que les cuente lo que ocurrió anoche, sean amables y llenen esta copita que, vacía, da lástima.
La Cosita Castillo le hizo el honor de colmarle la copa. Y el vate, entonado y conociendo que era el centro de la reunión, siguió - Anoche llegué cuando ya estaban todos a la mesa y parecían hipnotizados por la flamante pareja del tío Normando, como les dije. ¡Y no era para menos! Casi me caigo de antarcas cuando me di cuenta de quién se trataba. Aunque con unos abriles más, y con un obvio y excelente desarrollo corporal, no era otra que aquella chiquilina tímida y huraña que habíamos conocido. Esa vez vino como hijastra, y ahora regresó como mujer de su padrastro! Mi abuela se lo quería comer al tío, pero acabó en paz.
Cuando los hombres quedamos solos (yo incluido), alguien le preguntó: - Che, Normando, ¿y la madre?
Y el tío Normando, como si tal cosa, contestó: - Me cansé de la vieja, y nos separamos. Arreglé con ella para quedarme con la piba. ¡Ganancia pura, che!
Luego, dirigiéndose a mí, que me esforzaba para no reírme, me dijo: - ¡No es para risa, sobrino! Para tener éxito en la vida, hay que ser constante. Mirá, yo la crié de chiquita, y no abandoné mi propósito. Todavía la sigo criando a la nena!
Los varones aplaudieron, y las señoritas pusieron cara de escándalo. -Che, vate, preguntó recelosa Doralba, ¿esos genes se heredan?
LUCAS DALFINO
(Semanario Redacción, julio 2008, Salta, Argentina)

1 comentario:

Anónimo dijo...

Muy interesante esta historia. Me gustaría saber si la referencia al gigante Camacho es cierta.